Diego Velázquez
La figura de Cristo, frontal, con la cabeza inclinada, crucificado con cuatro clavos, destaca sobre un fondo verdoso oscuro como una tela de altar, sobre la cual se advierte la sombra que proyecta el cuerpo, sin alusión alguna al paisaje del Gólgota, como si se tratase más bien de una escultura, que paradójicamente produce la impresión de un cuerpo real, vivo o recién muerto, sereno y de una belleza delicada. Velázquez ha rehuido tanto la grandiosidad hercúlea al modo miguelangelesco, que usaron tantos otros artistas, como la acumulación dramática de sangre y magulladuras de otros o de la tradición gótica. Solo se advierten unos tenues hilillos de sangre, que manan de manos y pies y resbalan por la madera de la cruz, la del costado apenas sugerida y la de la corona de espinas que salpica de toques muy ligeros la frente, la boca y la parte superior del pecho.
La representación del Crucificado, con cuatro clavos en lugar de los tres de la forma más usual, responde a la influencia que hubo de recibir de su suegro y maestro, Pacheco, que la había escogido y defendido en varias ocasiones, aduciendo en su favor una estampa rara de Durero que lo presentaba así.